Cualquier diga efímero el levantarme de la
cama carecía de sentido propio, más bien era rutina. Un sinsentido que trataba
de deshojar en pensamientos recónditos, temerosos de salir a la luz.
Reflexiones inundadas de visiones inciertas y
dubitativas. El holocausto personal se convertía en la función estrella,
incrédulo y atónito a lo que se estaba labrando.
Renuncia que venía acompañada de una
inseguridad perecedera por momentos escuetos pero a la vez demasiados agudos que
hacía de la sima una especie de pozo sin fondo.
No obstante, y por suspicaz que parezca,
siempre hay un hilo de esperanza y de sabiduría al que acogerse para retomar el
rumbo considerado.
Ese anhelo resurge, cual “Ave Fénix”, de sus
cenizas tras un recuerdo perspicaz de instantes aterradores pero superados.
Momentos que dejan patente una mayor experiencia, así como de afán de
superación, de fuerza de voluntad.
La derrota amarga a la que es sometida la
duda recobra la convicción del “SÍ” en mayúsculas sobre aquel sueño infantil
convertido en cotidianeidad por la constancia.
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